Entre nubes tenues de color rosa, Magdalena se movía lentamente sin poder
acelerar su marcha. Los pies le pesaban, las piernas no le respondían y ya casi
se resignaba a no llegar hasta el amplio
balcón con macetones de florecillas azules y petunias rojas, donde su abuela
tejía al atardecer. De repente, una brisa fresca onduló sobre su cara y se
sintió mejor, a tal punto que logró asirse de la baranda de madera de su
destino final. Cuando se asomó al vacío, divisó el mar azul, ése que tanto
amaba y que le engullera su esperanza adolescente. Volaría hasta él. Pero un zamarreo en su hombro la hizo
reaccionar. Cuando despertó, su abuela había abierto el ventanal y regañándola,
la invitaba a levantarse.
2012
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