Mientras Pedro afeitaba hábilmente la barba de un
cliente, Clara, su nieta mayor, controlaba el cuaderno de contabilidad de la
Peluquería, tal como lo hacía cada fin de mes por encargo exclusivo de su
madre. Revisaba una a una las entradas y salidas, el Debe y el Haber del
negocio.
Con su calculadora en la mano y mientras formulaba
las cuentas, recordaba que con mucho esfuerzo, su madre y su tío le habían
instalado la peluquería al abuelo en el garaje de su humilde casita, para que
se entretuviese nomás.
La viudez lo había golpeado primero, y unos años más
tarde, la jubilación. La soledad dura de la última etapa del camino, lo agobiaba
sin resignación.
La Peluquería había sido la solución más acertada
para combatirla medianamente.
En su recuento, a Clara los números no le daban;
salía más que entraba. Ese día, por fin, la joven habría de encontrar la prueba
respaldatoria del déficit.
Tamaña fue su sorpresa al ver que aquel hombrecito,
bien afeitado y con un perfecto corte militar se retiraba sin pagar. Clara
esperó que llegara la hora de cerrar y luego de ayudar a su abuelo a colocar
trabas y cerrar cerrojos, ya a solas, se le acercó tomándolo del brazo en gesto
cariñoso y con la mejor manera comentó la reciente situación. El peluquero, se
quitó los anteojos, se restregó los ojos cansados y mirándola con desconcierto,
le contestó con una pregunta: ¿Quién se fue sin pagar?
2013
2013
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