Estaba ahí. Lo sentía. Sentía su aguda y tierna mirada sobre mi espalda. El salón, como siempre, estaba en penumbras, especialmente producido para encuentros de amor. Por esa razón había concurrido tantas noches en su busca, y lo seguiría haciendo de no ser porque la ausencia, aquí o allá, duele lo mismo.
Luego de beber una
copa, seguía la misma rutina: me daba vueltas, husmeando hacia atrás, y la densa soledad del lugar a pesar de la
gente que pululaba en él, terminaba por abrumarme y me marchaba. Ofrecían
acompañarme, pero yo no aceptaba.
Al otro día regresaba
enfundada en el deseo de sentirlo tras de mí, mirándome, cuidándome, como si
con eso pudiera resucitarlo.
Hoy lo pensé
mejor, el recuerdo y el sentimiento, se
llevan acurrucados en lo profundo del alma.
No regresaré al Bar de
nuestros encuentros.
2014
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