Leonor




Con el suave y rítmico vaivén del “reformer”*, adelante y atrás, adelante y atrás, adelante, flexiono, atrás, extiendo, el joven profesor iniciaba la sesión de Pilates, destinada a un grupo disímil en sexo y edad. Leonor se dejó llevar con los ojos cerrados. Iba y venía en su camilla y la voz del instructor se apagaba. De pronto, recordó, sin saber por qué, a aquél  compañero con el que compartió años de Universidad: Juan Miguel Montero, a quien ella llamaba Miguel a secas, y una emoción antigua y sutil corrió por su cuerpo al que flexionaba y extendía. Leonor había sido siempre poco decidida para afrontar cambios. Cuando aquel joven compañero de estudios recién recibido, de su misma promoción, la invitó a compartir sueños y aventuras, a descubrir mundos invisibles, a pensar en ellos, con la mochila por ropero y un “hostel” por morada, no se animó. Su vida había sido demasiado cómoda y aunque su Ser interior lo deseaba profundamente, no se decidía, tenía miedos. Recién obtenido su título, sin mayor experiencia, le pareció impensada la propuesta de Miguel. Por ese entonces se dejaba cortejar por su actual marido sin cortar la ambigua relación que la unía a su compañero.
Había bajado los brazos y depositado su verde mirada en el piso del salón de actos. No  pudo decirle: ¡Sí!

Familiarmente era estimulada por su madre para concretar un noviazgo formal con Alejandro, su primo lejano, también compañero de estudios, pero no habitual ya que asistía a otra Cátedra. Esa situación, terminaría por retenerla.

Su corazón estalló cuando se despidieron en el aeropuerto con un abrazo largo y silencioso. Más tarde, con su vida prolijamente armada, se casó con Alejandro y guardó, envuelto en brumas turquesas, según había aprendido de su Maestro Shambhala, en el chakra secundario del mismo color, el recuerdo de Juan Miguel. Sin embargo, quedó en su memoria como un secreto del corazón.

Ahora, sorpresivamente había aparecido en el salón del gimnasio y desde el arco de la entrada, la llamaba con un gesto amable. Leonor se levantó del “reformer” y avanzó hacia él, un poco menos esbelto y con incipiente calvicie, notó. En el recodo de un pasillo desierto y silencioso se abrazaron y  unieron sus sentimientos en el beso eterno que nunca se habían dado. El abrazo no cesaba, cuando él la separó lentamente y la miró con ternura, secando una lágrima furtiva que escapó de sus ojos verdes. Entonces, ella le imploró:

_ ¡Llévame contigo!

_ No puedo Leonor, ni yo puedo llevarte, ni tú puedes venir. Recuerda, ambos estamos casados, le respondió casi sin voz. Esa descripción de la realidad tan breve pero dolorosa, la había sobrecogido. Cuando intentó suplicarle otra vez, una voz conocida, la detuvo.

_ Leonor, Leonor, vamos. . .

_ ¿Si?, murmuró mirando a su alrededor con los ojos entornados y la mirada confusa.

_ Vamos, vamos, que ya estamos en el calentamiento Leonor, ordenó rítmicamente el  Profesor. La mujer, sorprendida, admitió para sí, que volvía de un sueño de escasos segundos, sin embargo, todo le había resultado tan real, tan vivo, que se dio el lujo de dudar. Ya la clase no sería como las habituales. Mientras tomaba las manoplas para extender y contraer sus brazos y su tórax, el sueño volvía a su mente Terminó los ejercicios con desgano y volvió a su casa. Compró “comida hecha”  y esperó a su esposo.

Sentados a la mesa comentaron sobre la jornada y ante un gesto de desagrado, levemente insinuado de Alejandro, ella se  justificó:

_ No me sentía bien, querido, así que no cociné.

_ No hay problema, sólo, que tus platos son deliciosos, la halagó.

Continuaron conversando como cotidianamente lo hacían después de cenar,  sobre asuntos laborales y otros temas banales. Próximos a retirarse a su dormitorio, el esposo le dio la noticia.

_ Leonor, casi me olvidaba, me comentaron en la Empresa que la sucursal del interior ya tiene jefe.

_ Bueno, mejor así, no te trasladan entonces, contestó ella con desgano ya que sus pensamientos  aún rondaban el fugaz sueño.

_Sí, en buena hora, pero ¿A que no te imaginas quién tomará el mando de la Central y hará capacitar a los operarios en una serie de técnicas modernas para asegurar el uso de las máquinas que se trajeron de Alemania?

_ No, no me imagino, si no me lo dices,  acotó Leonor.
_ ¿Te acuerdas de ese compañero tuyo que se fue a Europa cuando nos recibimos?

Un poco nerviosa, negó el recuerdo.

 Alejandro, reiteró con inocencia:

_ Sí, Juan Miguel Montero, fue compañero tuyo  ¿recuerdas ahora?

Leonor asintió la pregunta con displicencia, mientras su corazón galopaba al punto de estallar por la emoción escondida.

_ ¿Se casó ese muchacho?  Preguntó, para parecer interesada en la novedad que comentaba su esposo.

_ Sí,  y  viene a radicarse con su familia, respondió. No pudo más y pidiendo disculpas a su interlocutor, se refugió en el baño. Lejos de la presencia de su esposo, parada frente al espejo,  tomó su cabeza con sus dos manos y  miró la imagen que aquél le devolvía. Sus pensamientos se hicieron emoción y unas desacostumbradas lágrimas brotaron de sus ojos, producto de una ansiosa  alegría y de un insinuante miedo.

“Entonces lo presentí” se dijo, sentada sobre la el borde redondeado de la bañera azul.

Los pensamientos, que viajan distancias inimaginables en tiempos inexistentes como ondas iluminadas por la luz de las energías espirituales, anticiparon el regreso de Juan Miguel.

Leonor, fue la mente en blanco que encontraron en su marcha eterna por  el Universo infinito, donde pudieron concretarse. De ahora en más el desafío estaba planteado en su vida.

2011


"
"

Comentarios

Alimento del alma

Alimento del alma
Del pintor italiano, Charles Edward Perugini (1839-1918)