El escritor había
dejado caer su cabeza sobre la destartalada mesa de cocina. La noche y su
oscuridad lo sorprendieron dormido y babeante. A su lado, un escrito que
parecía una carta y junto a él, una botella de ron vacía. Desde el atardecer,
no dejaba de beber, del pico nomás, en rebeldía con el mundo y su suerte. Así,
se introdujo en la brumosa soledad del sueño, sólo para acallar la pena que le
corroía el alma. Esa pena tenía un nombre: Ruth.
2012
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