Homenaje en el aniversario de la muerte del Padre de la
Patria, General Don José de San Martín
(17 de agosto de 1850)
Corría
el año 1810.
Después
del 25 de Mayo de 1810, la Revolución habría de probar su suerte, extendiéndose
por el inmenso territorio del Virreinato del Río de la Plata. El campo de
batalla sería el interior y principalmente, las provincias del Norte y el Alto
Perú, hoy Bolivia, ya que la reacción española más fuerte habría de llegar, sin
dudas, desde el Virreinato del Perú, el que por entonces constituía, el más
importante centro de poder de la dominación hispana. No se equivocaron los
idearios de la Revolución: En esas extensiones se librarían las batallas más
crueles, contrarrevoluciones de por medio, de quienes como en Córdoba, se
resistían a las ideas porteñas, lo que costó también, derramamiento de sangre
en pos de su sofocación.
Corría
el año 1811.
Radicado
en España, José Francisco de San Martín, nacido en las coloradas tierras del NE
argentino, patrimonio de las Misiones jesuíticas, hoy provincia de Corrientes,
toma conocimiento que en su Patria se ha producido la Revolución de Mayo y un
nuevo gobierno, surgido del pueblo, propone cambios profundos. Decide entonces,
regresar para unirse a la causa. Así, solicita y logra el retiro del ejército
español, en el que se había destacado como un excepcional militar. Viaja a
Londres para reunirse con algunos amigos, embarcándose desde allí, rumbo a las
lejanas tierras del Sur.
Corría
el año 1812.
San
Martín, llega a Buenos Aires junto con otros 17 militares americanos que habían
pertenecido al ejército español. El 16 de marzo del mismo año, el gobierno
patrio, a la sazón, un Triunvirato, le concede el grado de Teniente Coronel de
Caballería. A partir de la designación, crea y se dedica a enseñar y preparar el Regimiento
de Granaderos a Caballo, con el que un año después obtendría, su primera
victoria contra los realistas, en la recordada batalla de San Lorenzo, sobre las barrancas del majestuoso río Paraná.
(3-02-1813)
José
de San Martín hubo de casarse, apenas a los seis meses de su llegada, con Remedios
de Escalada de la Quintana, joven dama, perteneciente a una importante y rica
familia, de las principales de Buenos Aires, condición necesaria en la época para
alcanzar notoriedad en los círculos de poder porteño. Paralelamente, el
gobierno había enviado al admirable Manuel Belgrano, hombre de leyes, creador
de nuestra insignia patria, sin conocimientos estrategas militares, al mando
del llamado Ejército del Norte.
Corría
el año 1813.
Sin
embargo, para su desgracia, las derrotas de Vilcapugio (1-10-1813) y Ayohuma
(14-11-1813) determinaron su relevo, noticia que Belgrano no dejó de recibir
con cierta alegría. El gobierno de las Provincias Unidas lo reemplazaría, el 3
de diciembre de 1813 por el Coronel San Martín, jefatura que, si bien no era de
su agrado, éste asume obedeciendo las órdenes de sus superiores. Se reúne con
Belgrano en la Posta de Yatasto (Salta) y se hace cargo del Ejército del Norte.
Concentra las tropas en Tucumán donde se encuentra con los restos de un ejército desmoralizado, cuyos oficiales no
respondían a sus enseñanzas militares, no obstante el apoyo, que con abnegación
recibe de Belgrano.
El
elogio y admiración que San Martín expresara acerca del General Belgrano, en
una carta dirigida al gobierno de Buenos Aires, destacando la inconveniencia de
su separación del Ejército del Norte, ya que lo considera “. . .el más metódico y capaz de los generales de Sudamérica, lleno de
integridad y talento natural y no hay - agrega - ningún jefe que pueda
reemplazarlo” determina que se acepte su petición.
Corría
el año 1814.
Más
tarde, Belgrano pasaría a la gloria con su triunfo en la batalla de Salta
(20-02-1814).
En
mayo de ese año, San Martín ve deteriorarse su salud a costa de una afección
pulmonar, posiblemente asma, traída de Europa, sumada a una probable aguda
gastritis. Aprovecha la invitación de su amigo, Eduardo Pérez Bulnes, célebre político
cordobés, diputado por Córdoba en el Congreso de Tucumán que, en 1816, proclamaría
la independencia de las Provincias Unidas de Río de La Plata y se retira a
Córdoba con el fin de recuperarse.
Al fin, este guapo militar, de
estatura más que regular (1,70m) demasiado, para la época en que los hombres de
origen español no eran tan altos, de piel cetrina, tostada por las intemperies
que frecuentaba y unos hermosos ojos negros, de mirada penetrante, vivísimos,
que siempre estaban expectantes y su posición erguida, conservando siempre su
porte militar, encontró, en la calma de la estancia de Saldán, una bella villa
serrana, el lugar milagroso para recuperar su salud. Sus pensamientos de
liberar a la América del Sur, deambulaban en el entorno del viejo nogal, bajo
cuya sombra se sentaba a respirar aire puro y a pensar.
_
¿Manda un matecito, General? Preguntó la mestiza flaquita de
simpático rostro con notable ascendencia sanavirona, una de las etnias más
importantes de Córdoba.
_
Sí, hoy mi estómago está mucho mejor, a fuerza de tanta leche de vaca, de cabra
y no sé de qué otro bicho que me ha dado
tu patrón, y aceptó el mate que Josefa le acercaba, con
miedo de estirar mucho la mano.
_
Che, ¿Cuál es tu nombre? Preguntó el soldado de repente.
_
Josefa,
respondió la morenita simpática y agregó en un desborde de palabras, porque nací el día de San José y, en el afán de agradar al General prosiguió con
su discurso sin darse cuenta que el invitado, no tenía ganas de charlar. Lo que
menos quería en ese momento era que le hablaran.
La finca de Saldán cubriría sus
expectativas de soledad, lejos del asedio de los discursos banales de muchos, y
daría paso a la reflexión, para ordenar sus ideas. Lo acompañaban sus pocos
libros y algunas de sus armas, además de su amigo Tomás Guido y su subalterno Del Río, un chileno que se
había unido a sus granaderos y a
quien le dispensaba un particular aprecio.
_Bueno,
bueno, está bien con la cháchara, yo
quería preguntarte Josefa, sin han andado las langostas por acá.
_
¡Sí, mi General! el año pasado se comieron toda la cosecha del maíz, le
contestó la muchacha.
_Me
imaginaba, porque he visto los campos devastados, en esta Córdoba tan linda. .
. y ahora, andate, dejame solo.
Josefa se marchó lo más rápido
que pudo con el mate a cuestas y desde ese momento supo, que jamás olvidaría los hermosos “ojos negros” del General.
La estancia de Saldán era el
lugar ideal por su clima, tranquilidad y entorno, para que José Francisco
reflexionara sobre sus ideales, sus proyectos y su propia vida. Solía caminar,
junto a Tomás, recorriendo el huerto, los jardines, escuchando a los zorzales
brillantes en su plumaje negro, cómo cantaban a la orilla de las aguas
cristalinas del hilo de agua que atravesaba la finca. Emponchado hasta los
huesos, sólo salía en horas de la siesta. Lo acompañaba un rato Josefa, quien
siempre lo asistía en sus necesidades y lo distraía cebándole mate.
Bajo el nogal añoso y sobre una
mesa que pusieron a su disposición, redactó sus planes secretos. Sus locas
ideas. Ésas, de las que no quería que nadie lo desilusionase. En ese lugar,
respirando el aire puro de las serranías cordobesas, que tanto bien le hacía a
sus pulmones, pudo definir los pasos a seguir para terminar con la dominación
de los godos y llegar al epicentro
colonial, Lima, en el Perú, por una ruta que la lógica no podría explicar.
Había recorrido a caballo junto a sus amigos, en el riguroso
invierno cordobés, las extensiones cercanas a la estancia, dejándole surcos en
el rostro, el sol potente de las primeras horas después del mediodía. Cruzando pajonales
secos y sorteando las jaurías hambrientas de la pampa, vio cuanta humanidad se desperdiciaba en las puertas de los ranchos y
se los imaginó con uniformes, marchando con el fusil al hombro, mejor que en
esa vagancia propia del abandono, lejos de la mano de un Dios ausente.
Comprendió entonces, que necesitaba guerreros fieles y disciplinados,
uniformes, armas, cañones, comida y una bandera que los precediera e identificara.
Su objetivo sería concentrarse en
Mendoza, luego que estos aires de las sierras cordobesas obraran el milagro de
su recuperación. La guerra no la ganarían las Provincias Unidas por el Norte,
pensaba el General, para eso contaba con “los
infernales” como se apodaban los gauchos salteños a las órdenes del
General, Don Martín Miguel de Güemes.
"Un ejército pequeño y bien disciplinado
en Mendoza, para pasar a Chile y acabar con los godos, apoyando un gobierno de
amigos sólidos, para acabar también con los anarquistas que reinan. Aliando las
fuerzas, pasaremos por el mar a tomar Lima; ese es el camino y no éste, mi
amigo. Convénzase usted que hasta que no estemos sobre Lima, la guerra no se
acabará." había escrito unos meses antes, en la carta fechada
el 22 de abril de 1814, dirigida a su amigo Rodríguez Peña. Más
adelante, le comentaba que se encontraba
bastante enfermo y quebrantado y agregaba: "lo que yo quisiera que ustedes
me dieran cuando me restablezca, es el gobierno de Cuyo. Allí podría organizar
una pequeña fuerza de Caballería para reforzar a Balcarce en Chile, cosa que
juzgo de grande necesidad, si hemos de hacer algo de provecho… "
Después de tres meses en Saldán,
ya su cuerpo le respondía mejor. Una noche de agosto, no lograba dormir y para
superarlo salió de su habitación a dar una vuelta. Se sintió lejos de su esposa
con quien, bien poco tiempo había convivido y la recordó, junto al clavicordio,
mirándolo dulcemente en esas tardes de verano de Buenos Aires, impregnadas con
el perfume de los azahares atravesando la florida reja.
Se sentó en uno de los bancos de
algarrobo de la galería y miró las estrellas. Perdido estaba en el juego
cósmico de sus pensamientos, cuando una mano delgada se posó sobre la suya.
_
Mi General, no quiere que vayamos pa´la pieza, está fresca la noche y el rocío
puede hacerle muy mal a su pecho. Le voy a traer un té de melisa y menta pa´que
se duerma.
Descolocado, por la presencia de Josefa, contestó:
_
¿Qué hacés acá, sinvergüenza? Y aceptando la propuesta, enfiló para
las habitaciones. Tomó su té y se durmió. Esa noche, Josefa conoció el sacudón
que causa el sentimiento no correspondido. En la mente del estratega sólo había
lugar para sus planes de libertad.
Efectivamente, su amado “Ojos
negros”, como ella lo llamaba en confidencia con sus compinches de la cocina, esbozaría en la
Estancia de Saldán, el proyecto de su colosal obra, el cruce de Los Andes para
liberar a Chile y Perú.
A los pocos días, San Martín, recibió la muy grata noticia de haber sido nombrado
Intendente Gobernador de Cuyo. Cuando llegó a Mendoza el 7 de septiembre de
1814, tenía 36 años. Su figura marcial y trato amable y querendón pronto habría
de conquistar la simpatía de los mendocinos: El primer peldaño para concretar
su triunfo.
Mientras tanto, en la estancia de
Saldán, bajo el nogal añoso, otros ojos negros, quizá no tan bellos ni vivaces,
derramaban una lágrima a la hora de la siesta.
2015
Fuentes: Conocimiento personal y algunas lecturas en:
http://www.lanacion.com.ar/1039765-san-martin-en-saldanhttp://historias.blogs.comercioyjusticia.com.ar/2011/08/17/san-martin-y-un-chileno-en-saldan/
http://www.elhistoriador.com.ar/biografias/s/san_martin_crono.phphttp://www.sanmartiniano.gov.ar/textos/parte3/texto097.php
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