Manuela
se había levantado malhumorada esa mañana. Su cabellera negra revuelta y su
salto de cama raído le daban un aspecto de mujer cansada. Se sirvió el café
vaciando la cafetera eléctrica en una tazota de loza y se sentó a leer el
diario que, por debajo de la puerta del departamento, asomaba. Pronta, fue
directo a la sección del clima y de allí a los avisos clasificados: Inmuebles,
casas, departamentos en venta, alquiler. . . “¡Ni qué!” murmuró.
Autos, nuevos, usados, deportivos, utilitarios. . .
“¿Para qué?” preguntó.
Trabajo,
profesionales, artistas, artesanos,. . . “Todos locos”, afirmó.
Encuentros,
citas, amistades. . . “¡Ésta es la mía!” dijo.
El
café se enfriaba y lo terminó a sorbos. Marcó varios anuncios con un círculo y se encerró en el baño. A la media hora otra
Manuela salía del apartamento. Bella y con mejor cara.
Llegó
a la primera Agencia circulada, husmeó desde afuera y siguió. Así con la
segunda y tercera hasta que la cuarta, le pareció confiable. Decidida, entró a
paso firme y con el pecho erguido. Averiguó los requisitos y planteó sus
intereses en un libre juego amoroso de oferta y demanda.
Se
salió con la suya. Había un solo candidato que, sin mayores pretensiones reunía
lo que ella buscaba.
Por
e-mail le comunicaron lugar, condiciones, fecha y hora de la cita. Llegó el día
y su alborotado corazón no la dejaba arreglarse. Llamó por teléfono antes de
salir, presurosa y habló un buen rato. Del otro lado de la historia, un
caballero se subía a un moderno automóvil rumbo al encuentro.
Se
encontraron, tal cual lo indicaba el e-mail.
Se
saludaron, se sorprendieron.
_
¡Pero señorita, Ud. es muy joven para mí! Expresó el hombre.
_
¡Y Ud. muy grande!. . . replicó Manuela, agregando, pero eso no importa ya
llega mi madre. . . 2010
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